domingo, 4 de enero de 2009

CREER EN TI




















Imagina que tienes ocho años. Estás en una cancha de tenis con el maestro, quien intenta enseñarte a jugar. Tu cerebro ya captó las instrucciones de lo que se debe hacer, sin embargo, a la hora de la práctica, por más que te esfuerzas no eres capaz de contestar ninguna de las bolas que te avientan.¿Cómo te sientes? ¿Tu moral? ¿Tu autoestima? ¿Dónde queda tu sentido de eficacia para realizar otras tareas? Es muy probable que en la siguiente clase (a la que te llevaron a rastras) ya presupongas que no lo vas a lograr. ¡Y, claro, no lo logras!

Te encuentras en un círculo vicioso muy resbaloso y sin salida. Es cierto: hay personas que parecen estar genéticamente más dotadas para creer en ellas mismas ante el reto, y hay otras que no; sin embargo, las experiencias impactan en forma dramática nuestra autoestima y confianza.

Quizá tus papás te echen porras o te castiguen. ¿Sirve? Mientras no cambie la forma de enseñarte a jugar, no. Y es probable que vislumbrar un poco lo que significa "creer en ti" te tome años.

Como muchas personas hemos pasado por ese tipo de experiencias, Kathy Kolbe, una especialista en los patrones instintivos del ser humano y habiendo sido una niña con severa dislexia, comprendió las diferentes maneras en que las personas resolvemos problemas.

Según ella, hay cuatro formas básicas.

Imagina una carrera integrada por cuatro animales: una ardilla, un topo, una nutria y un ratón. Todos se dirigen hacia una meta a unos metros de distancia. ¿Quién ganará? Bueno, pues depende.

Si la meta está en el subsuelo, le apuesto al topo. Si está en un árbol, pongo mi dinero en la ardilla. Si es debajo del agua, a la nutria. Pero si está escondida entre pastos altos, el ratón gana.

Ahora, todos estos animales pueden nadar, excavar, escalar y encontrar cosas en el pasto. Sólo que cada uno de ellos puede hacer una de estas cosas mejor que los otros.

Poner a todos en una competencia de natación nos llevaría a la conclusión de que uno es mejor que los demás, cuando la realidad demuestra que, simplemente, sus habilidades son diferentes.

Si estamos en un ambiente (como escuela, trabajo o ámbito familiar) que nos pida actuar en contra de nuestro estilo natural de operar nos sentiremos, en el mejor de los casos, muy incómodos, y en el peor, idiotas.Aun logrando salir del paso, no obtenemos un sentido de autoeficacia. Si bien la tarea se logró, el "yo" queda perdido.

Cuando fallamos, nos sentimos unos perdedores, y cuando tenemos éxito, unos impostores.El reto como papás y maestros es no esperar que las ardillas naden, ni que las nutrias escalen árboles. Es decir, entender y transmitirles a nuestros hijos que tenemos diferentes formas de responder a un reto.

Por ejemplo, si se trata de aprender tenis, puedes hacerlo de las siguientes maneras:

· Manos a la obra: Si eres de este tipo, es probable que rápido te compres todo el equipo, aprendas algunos tips de un profesional, y te lances a jugar con un amigo.

· Buscador de datos: Te pasarás horas leyendo, observando, preguntando y aprendiendo sobre tenis, antes de poner un pie en la cancha.

· Implementador: Pones más atención en los objetos que en las palabras; quizá dibujes el viaje de una pelota a la raqueta, o practiques con una pelota de plástico de niños antes de tomar una de tenis.

· Seguidor: Es probable que compres un libro que hable de la historia del tenis, estudies las jugadas de menor a mayor dificultad y tomes clases particulares.

Ninguna de estas maneras está bien o mal. Todas pueden tener mucho éxito. Celebremos las diferencias. Así lograremos lo más importante: creer en nosotros.

“Es duro caer, pero es peor no haber intentado nunca subir.”
Thedore Roosevelt

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